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La muchacha
estaba bien. Su tratamiento de ese día transcurría con normalidad, a pesar del
pequeño incidente que la había colocado en las fronteras de un infarto.
Ahí estaba. Conversaba con la enfermera cuando ella se adentraba en la
sala. Conversaba con el señor, con quien mantenía una relación franca y
directa. Parecían un par de enamorados por la sinceridad de la conversación y
por la soltura con que todo se daba. El buen humor, que es necesario en los
enamorados para despertar chispas de belleza en la tertulia más superflua y
etérea, para encontrarle sentido al sin sentido de estar hablando de todo y de
nada al mismo tiempo, pero deseando no alejarse el uno del otro, parecía estar
reinando entre el señor y la muchacha. Había buena vibración y sintonía en la
sala. Parecían enamorados, pero no lo eran, por lo menos en reciprocidad y
correspondencia en el caso de haberse dado esa posibilidad en una de las
partes. Pero no era sino un tiempo, un espacio y un lugar concretos de una
circunstancia histórica, y se trataba de no dejar trazos de presente para
intentar armarlos y reconstruir pasado ese momento, en otros momentos distintos
de ese. Era asunto de presente en presente, exigiendo vivirse a pleno pulmón,
como ha de ser cada convivencia y relación entre dos tú en plena comunicación.
La muchacha se reía de todo y por todo. Tal vez, no sería locura. Tal
vez, sería porfiria…
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