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“No conozco mejor definición de la
palabra arte que ésta: "El arte es el hombre agregado a la naturaleza, la
realidad, la verdad, pero con un significado, con una concepción, con un
carácter, que el artista hace resaltar, y a los cuales da expresión, "que
redime" que desenreda, libera, ilumina. Un cuadro de Mauve o de Maris o de
Israels dice más y habla más claramente que la misma naturaleza” (cfr.
Cartas a Théo, Wasmes, Junio de 1879).
Palabras profundas que trascienden el momento inmediato en la
cotidianidad, sin duda. Tal vez, por eso mismo y por otras muchas razones y
motivos es que una persona es sensible a cada momento que le toca
vivir-existiendo. Se trata de esa misma tridimensionalidad de cada instante,
distante del anterior y del siguiente momento. Tal vez, por eso y por otra sin
razones más es que el poeta en cualquiera de sus dimensiones (como el pintor,
por ejemplo) capta lo que sólo puede captar a través de sus sensores
hipersensibles a cada cambio sutil de luces y de ángulos, y para los que el
cerebro está ya programado por su misma naturaleza sensible. Tal vez, por eso
es que vive entrampado en su propio mundo reprogramado cada vez, después de
cada experiencia en contacto con la realidad, y que lo sigue entrampando cada
vez más en una cadena sin fin en una continuidad de enlaces y trabazones que lo
comprometen siempre con su experiencia profunda de embelesamiento con la misma
naturaleza, de la que no puede escapar ni escaparse. Todo lo contrario, es la
misma naturaleza que lo subyuga y lo somete, para que sea su intérprete.
En el caso del pintor, en la sorprendente experiencia de buscar plasmar
en sus colores la luminosidad que sus ojos y cerebro captan y asimilan, y que
sus manos en fina y misteriosa conexión nerviosa y muscular llevan en la
escogencia de este o cualquier otro matiz en el trazo dado, o por dar, y que se
expresa en la tela o en el lienzo; para quedar, igualmente insatisfecho porque
pueda que se sienta que la escogencia de los colores no han transmitido
fielmente la idea de la sensación sentida y experimentada en lo más hondo de su
ser sensible.
Habrá de ser, entonces, una eterna lucha. Y, más aún, una eterna vida de
vigilia para no quererse perder del momento mágico, que habrá de ser en esa
fuerza centrífuga que atrae y repela, al mismo tiempo, del encuentro y del
hallazgo en perfecta simultaneidad de dos momentos de una misma sensación; que
son, precisamente, la atracción hacia dentro y el empuje en el rechazo de una
doble fuerza cósmica que lleva a la interiorización, pero que, igualmente
empujan hacia fuera para buscar exteriorizar esa riqueza de lo experimentado.
Sin duda, que podría ser una fuerza toda ella llena de sensaciones
múltiples; pero, en esa misma tridimensionalidad del espacio y lugar en un
tiempo concreto, que doblegan a la experiencia de la finitud de la que es en su
total aplicación la naturaleza misma, de la que es un sutil partícipe el poeta,
en cualquiera de sus varias facetas, y del que en vez de ser su dominador, y
aunque lo sea al tratar de comprenderla en su esencia, no sea más que un
esclavo que no puede soltar ni su amarra ni sus cadenas que lo comprometen más
y más en la dependencia de esa conexión mortalmente enfermiza y liberadora, en
una doble sensación de libertad y de esclavitud que lo liberan y que lo atan,
sin comprenderlo en su total riqueza ni mucho menos en su absoluta miseria;
porque uno u otro fuese, ciertamente un precioso encuentro, si fuese,
igualmente ya el puerto o el destino de llegada, que no exigiese más el seguir
en la necesidad de continuar y parar ya la marcha. Pero no es tan fácil.
Por eso era, más bien, Vincent van Gogh. Tal vez, por eso mismo su
grandeza y su originalidad, a pesar de locura, y con ello, con porfiria o sin
ella…
Tal vez, por eso y por otras mismas razones, más sublimes o tal vez
menos, es que el mismo pintor, a pesar de todo eso, o por ese mismo pesar, es
que le llevaran a expresar de manera profunda y sentida que "tratar de
comprender lo que los grandes maestros nos dicen en sus grandes obras, eso nos
conduce a Dios. Un hombre puede leer en los libros, otros en un cuadro"
(Cartas a Théo, Cuesmes, Septiembre 1880). Pues, quien ame a Rembrandt y
ahonde en la
Revolución Francesa , ya “no
será incrédulo”, pues “verá que en
las grandes cosas hay también una potencia soberana que se manifiesta”
(cfr. Cartas a Théo, Julio de 1880); pues encontrará
en Rembrandt trozos de Evangelio, como en el Evangelio trozos de Rembrandt,
como igualmente dijera el pintor (en alguna otra parte de ese mismo epistolario
a Théo); no tanto porque el Evangelio copiara a Rembrandt, pues es mucho antes
que él, sino porque en asuntos de manifestación y experiencia profunda
experimentada en fraccionalidades de segundos refulgentes, los sensores
cerebrales están siempre en sintonía para captar y asimilar las mismas
vibraciones de la naturaleza de las que el Evangelio ha de ser por antonomasia,
al ser nada más y nada menos que la interpretación máxima de la naturaleza al
contener la vida y el mensaje del ser perfecto de la humanidad al juntarse y
asumirse en una misma realidad natural Dios y el hombre, al mismo tiempo, sin
separación de espacio, lugar y tiempo en la única e irrepetible temporalidad de
la plenitud de la tridimensionalidad; y con ello ser ese mismo instante o
momento histórico, no repetible porque dos momentos no se retroceden, sino en
constante secuencia evolutiva, ser, entonces, ese momento único, como todos ya
lo son. Ya se dijera de manera compendiada el mismo evangelio, para procurar
precisar ese instante, en la expresión que ese momento se dio “al llegar la plenitud de los tiempos”.
Precisamente, porque en el arte se logra y se experimenta de manera
sublime las profundas manifestaciones de la hipersensibilidad del humano que
capta en dimensiones de colores la múltiples fraccionalidades de espacio,
tiempo y lugar de un momento específico, muy particular en sí, y en nada
parecido a cualquier otro momento, tan solo en la temporalidad de una
circunstancia, y que como circunstancia es ya en esencia un eterno cambio, sin
jamás detenerse, porque ni la naturaleza, ni la vida, dan segundas
oportunidades, sino en la eternidad de un constante presente que fluye en esa
misma tridimensionalidad. Y la pintura es arte, como es todo arte, el contenido
y la experiencia vivida desde la impresión y el sello de la fe, en un hecho
histórico, toda la manera de transmitirse el mensaje del Evangelio, ya que en
parábolas o en otras figuras literarias se comunica al hombre la profunda
vibración del eterno cambio que experimenta el hombre, y del que es aplicación
la primera de todas las bienaventuranza, cuando nos habla de que “bienaventurados son los pobres de espíritu”;
precisamente, porque está en la experiencia de la captación de la variabilidad
constante de cada momento en su riqueza de instantaneidades, que hacen que un
mismo instante sea ricamente tridimensional, porque todo es profundamente un
total cambiamiento de manera eterna.
Entonces, es en los cuadros de van Gogh, pero acompañados en la lectura
del epistolario recogido a su hermano, es donde se comprenden la grandeza y la
profundidad de su genio en la búsqueda de la interpretación de la naturaleza,
que trascienden su espacio y lugar en la variabilidad cambiante de su tiempo; y
en donde, tal vez porfiria y locura fuesen una misma realidad; o una fuese la
causa y el origen… Tal vez… Tal vez…
Todo eso mismo obliga el querer volver a sus cuadros y pinturas para
encontrar en la fugacidad de sus tiempos determinados y precisos de sus
circunstancias, la ansiedad que experimentase el pintor en los colores que
plasmaba en la tela con la que él mismo se trascendía al dar el siguiente paso
de eso que decía, pero que no cerraba en su diálogo interminable de su búsqueda
y encuentro en la misma realidad. Hasta se podría decir, tal vez, que su locura
sería una búsqueda encontrada para relativizar su propia experiencia, y
llevarle a la sed de la misma búsqueda encontrada y no encontrada, sobre todo
en sus cuarenta y tres autoretratos que pudiesen ser la constante de ese
hallazgo y experiencia de un Dios que se esconde y se deja encontrar como es la
auténtica experiencia de su amor nunca encontrado.
Tal vez… Tal vez…
De ahí a admirar a los japoneses y su arte, quienes estudian solo un tema
específico, como la brizna, por ejemplo, ya que la “brizna de hierba lo lleva a dibujar todas las plantas; luego las
estaciones, los grandes aspectos del paisaje, en fin, los animales, después la
figura humana… Es algo que jamás aburre, ni parece nunca hecho a la ligera. Su
trabajo es tan simple como respirar y hacen una figura con algunos trazos
seguros, con la misma facilidad, como si fuera tan sencillo como abotonarse el
chaleco” (cfr. casi al final de la carta del 17 de septiembre de 1888).
Todo ello, tal vez, para insistir e insistir en la misma idea de que “si nos perfeccionamos en una sola cosa y la
comprendemos bien, adquirimos por añadidura la comprensión y el conocimiento de
muchas cosas” (cfr. Ámsterdam, 3 de abril de 1878).
Esto nos obliga a volver a la constante referencia de los autoretratos de
van Gogh, para contemplar las diferencias sutiles de uno y otro, pero que
amalgaman y encierran en una misma línea sus sensaciones y percepciones tan
sutiles, como diferentes fuesen los momentos distintos de su propia creación, a
pesar de ser repetitivo el motivo y la motivación. Pero, nada más lejos de su
verdadera comprensión, y que en caso de que esa fuese la reacción instintiva
del espectador de su obra; entonces, no estaría comprendiéndose la importancia
de lo relativo de la tridimensionalidad de un espacio, tiempo y lugar. Hasta
esta misma repetición de esas ideas y palabras, parecieran una repetición
innecesaria, como tal vez, innecesario o injustificado que el pintor volviese
sobre la misma idea en cuarenta y tres cuadros, en sus cuarenta y tres
autoretratos. Pero, eso mismo, tal vez, exige la comprensión de esa
tridimensionalidad ya plasmada para distinguir colores de colores, como de
situaciones y circunstancias tan cambiantes unas de otras, en la fraccionalidad
de un momento, que es tan único y diferente de todos los otros, y entre todos
tan distintos de todos-todos los que se presenten, en cadenas repetitivas de
una misma realidad.
Cosa de locos, ciertamente.
Porque, hasta se podría de entrada pensar que no hay diferencias entre el
cuadro de su obra titulada “autorretratro
con oreja vendada y pipa”, por ejemplo, y el cuadro “autorretrato con oreja vendada”, obras que pintara van Gogh después
de la famosa mutilación o automutilación de la oreja, porque, por fin no se
sabe con exactitud si él mismo se la cortó, o se la cortaron. La diferencia entre estos cuadros, por ejemplo,
podría ser la pipa. O en sus obras tituladas “autorretrato con pipa”, en las que cambia de ángulo y posición. Ya
en esos ejemplos se plasma el cambio de colores, de ánimos y de enfoques, y con
ello se relativiza la profundización y hasta la misma interiorización que
pudiese tener el pintor en cada momento de sus momentos específicos y
concretos.
Eso mismo se aplica a toda las realidades, y es lo que hemos dado la
clasificación de tridimensionalidad de un espacio, lugar y tiempo en las
fraccionalidades de segundos de un momento o de un instante, que lo hacen único
e irrepetible, y tan distinto de cualquier otro momento, porque cambian las
gamas de colores influenciados o impulsados por la diversidad de ángulos en
perspectivas de futuro eterno en un presente que nunca deja de ser eterno
presente. No se puede dejar pasar el momento. De lo contrario, se nos van
pedazos de presentes no vividos, y se suman en un pasado que no vuelve, sino en
nostalgia enfermiza que des-sincronizan del hoy y ahora, que es lo que cuenta.
Exige vivir-existiendo, y a pleno pulmón y conciencia.
Todo eso se aplica a esta misma obra que desde un comienzo no es mas que
una aplicación de esas mismas ideas, como en el caso del que necesitaba los
donantes que todo dependía de visiones y de ángulos, ya que ese solo hecho
refrescaba y aplicaba esa tridimensionalidad de un espacio, lugar y tiempo; ya
que para el pobre hombre, no era tan sencillo como de ausencia de donantes,
sino la inminencia y el recordatorio de su sentencia de muerte, que podría
estar más distante si ese mismo día le hubiesen hecho la transfusión que
necesitaba, cosa que pudiese haber dado por segura y cierta si todo hubiese
transcurrido en el caso de que hubiese cubierto su deuda con el banco de sangre
del hospital; pero, volvía a cambiar de matices de colores en sus inmensas
gamas en fracciones de segundos y en secuencias de momentos, unos tras otros en
cadenas sin fin, al verse en la exigencia que la enfermera le hacía; y,
entonces, la enfermera en fracciones de fracciones de momentos, pasaría en su
percepción a ser amistosa, menos amistosa y hasta cruel al punto de ser la
negación de la vida por la que iba el hombre al hospital, y todo ello, en
límites imperceptibles de ráfagas de luces en colores, registrados en emociones
por el sello machacante de parpadeos instintivos, pero percibidos por el
cerebro, para hacer más que relativa la experiencia metamórfica de
cambiamientos repentinos de emociones y experiencias de una misma realidad.
Cosa de locos, ciertamente.
Entonces, parecería que el ángulo de emociones dependiese de sus propias
situaciones. Y ya no era del que le faltaba los donantes de lo que se iría a
tratar, como tampoco de la enfermera, aunque de ellos igualmente se hablara. Y
en esos ángulos ya giró un poco la tridimensionalidad de un espacio, de un
lugar y de un tiempo, cambiando los momentos en sucesión de momentos en una
ráfaga casi imperceptible, tanto para los sujetos que estaban viviendo esas
situaciones, como para el lector que en esos momentos se hallaba igualmente
girando y tornándose en la multiplicidad de los colores de una misma realidad.
En el siguiente instante hay un cambio. Parecería que se iría a hablar y
a tratar de la injusticia de una situación. Pero tampoco fue así, aunque no se
niega que algo de eso se experimentara y en algo esa misma sensación. Volvía a
cambiar en un instante una misma realidad, cambiando de dimensión, y que se ha
llamado tridimensionalidad cambiante, como cambia un instante uno de otro. O
como se esperase que se hablara de la señora que tomó la botella se suero para
su hija. Pero, tampoco. Y en otro instante se colocó a la muchacha con la
sonrisa, y un cambio y un giro pudiese experimentarse en ese mismo cambio de
momentos y de instantaneidades. Al siguiente espacio, apareció porfiria; y se
pensó que se hablaría de ella. Pero sólo se le ha nombrado. Y no se dejará de
sentir necesidad en este relato de saber en qué consiste y de alguna
información. Pero, tampoco. Y ya ha habido en pocos instantes un sinfín de
colores y sensaciones que han cambiado, precisamente, porque todo depende de la
tridimensionalidad de un espacio, lugar y tiempo de una misma circunstancia.
Entonces, no era de porfiria que se iría a hablar.
Se podría pensar, por defecto, que la cosa iba a ser sobre la muchacha en
relación a la porfiria. Y ahí hubo un cambio de inmediato de una misma
realidad.
Sería, entonces, de la sonrisa de la muchacha en relación a su
enfermedad, en caso de que ese fuese el tema… Y otro cambio se sucede en una
instantaneidad y de gamas de colores…
Enseguida se aborda el tema del pintor, por otra parte. Se relaciona con
la porfiria y se la diferencia de la locura y demencia; aunque, también se la
determina en esa misma relación. Y, entonces, en grandes profundidades nos
veíamos inmersos en un parpadeo de instantaneidades en esa profundidad de la
maravilla de la tridimensionalidad… con el pretexto de la muchacha y su
sonrisa, de la enfermera o del hombre al que le faltaban los donantes, del
señor con quien conversaba la muchacha, de la enfermedad llamada porfiria, o de
Vincent van Gogh, quien también tenía porfiria, y ella en relación con la
muchacha y el pintor, en cambios de escenarios o de enfoques de un pretexto
como excusa, con o sin relación con nada y ninguno de ellos, hemos dado un giro
constante; y todavía lo estamos y estaremos dando, porque no se trata de
ninguno, ni de nada en particular, ni por separado, ni en relación; sino de un
soporte para hablar del cambio tridimensional que tienen las cosas en un mismo
lugar, espacio y tiempo, para relativizar, precisamente la instantaneidad de
las circunstancias, que son cambiantes como cambian las percepciones
sensoriales de una misma realidad. Así de sencillo y sin complicaciones.
Y llegamos a donde llegamos, en un permanente cambio de sensaciones de
una misma realidad.
A este punto, cuál es el tema…
Ya se ha dicho…. La tridimensionalidad de un lugar, espacio y tiempo de
una misma circunstancia… repetido como los autorretratos del pintor… que
buscaban y encontraban, pero que tenían y tienen que seguir buscando para comprender
que es la luz con sus ricos e interminables matices, en sus múltiples sin fin
de gamas de una luz que no se deja agarrar, sino por fracciones de sensaciones
que solo el cerebro sabe percibir, pero que al momento de comunicar esa misma
emoción, ya esa misma emoción se ha mutado como en una sorprendente
metamorfosis de nunca acabarse; porque el momento es y no es, al mismo tiempo,
al no dejarse encapsular ni atrapar sino por instantaneidades emocionales y de
emociones mutantes, en las que no hay ni formas ni sensaciones conocidas, sino
por conocer en intervalos de parpadeos sensoriales registrados misteriosamente
en el archivo de la mente emotiva; y eso mismo, es la misma experiencia de
Dios, el nunca acabado ni encapsulado ni encapsulable, el que se acerca y se
aleja al mismo tiempo en refulgentes y destellantes fraccionalidades de
instantaneidades.
Entonces, en esa misma experiencia vivida y vivenciada en forma de
torrente que no termina, o de fuente que nunca se agota, es en la que el pintor
van Gogh expresa que “alguien, para citar
un ejemplo, amará a Rembrandt, pero
seriamente, sabrá que hay un Dios y creerá en él. Alguien ahondará en la
historia de la
Revolución Francesa ; no será incrédulo, verá que en las
grandes cosas hay también una potencia soberana que se manifiesta… Trata de
comprender la última palabra de lo que dicen en las obras de arte los grandes
artistas, los maestros serios, y verás a Dios allí dentro. Alguien lo ha
escrito o dicho en un libro y alguien en un cuadro” (cfr. julio de 1880).
Porque, “estoy siempre inclinado a creer
que el mejor medio para conocer a Dios es amarlo mucho” (cfr. en la misma
carta de julio de 1880, dos o tres párrafos anteriores). En esa experiencia
inacabada de encuentro y de hallazgo, en donde juega un papel muy importante la
comprensión de esa repetida idea de la tridimensionalidad del espacio, lugar y
tiempo que se sucede en fraccionalidades de instantaneidades fugaces y
parpadeantes como la misma experiencia de la luz, que nunca es la misma en la
gama de sus infinitas sub-gamas de colores, distintos entre sí, como fruto de
sus interminables mezclas y de sus interminables y nunca a punto de acabarse
luminosidades que sorprenden, hechizan y embelesan, para liberar y esclavizar
al mismo tiempo, y que en expresión verbal del mismo pintor, ya se ha dicho
cuando se dijo que “el arte es el hombre
agregado a la naturaleza, la realidad, la verdad, pero con un significado, con
una concepción, con un carácter, que el artista hace resaltar, y a los cuales
da expresión, "que redime" que desenreda, libera, ilumina”; pero,
que también crea dependencia, porque es
la misma naturaleza su fuente, su fin, su objetivo, su metamorfosis y su misma
transformación de la que nunca podrá, ni quiere aunque lo desee ardientemente y
de manera visceralmente desgarradora, ya que a ella tenderá por su misma sed y
hambre de ella. Y eso mismo es la auténtica experiencia de Dios, como
experiencia auténtica, que es sentida y percibida, pero que es fugaz como la
luz, siendo Dios esa misma luz como experiencia.
Experiencia mística, desde la misma finitud y transformación metamórfica
que llevan a la naturaleza, creando fidelidad a ella y dependencia de ella, y
de la que nunca se podría separar, porque sería la negación misma de esa
experiencia relacional de constante ligazón y separación simultánea… Pero,
experiencia de una dependencia física y emocional absoluta de la materia…
Nada más lejos de la auténtica comprensión del misterio, o por lo menos
de intento de comprender ese misterio como la verdad de las verdades, que no
sea que el mismo y único e incondicional acercamiento del hombre a la
naturaleza, para entenderse y comprenderse a sí mismo. Toda pretensión de
separarse de ella, ya por principios o por ideología, así sean religiosas,
sería una negación confirmada de una grande equivocación; ya que es en ella
donde el hombre se encuentra, al encontrarse en ella como respuesta a su eterna
hambre de sentido a su perenne sinrazón, que es y no es al mismo tiempo, como
lo es de por sí la fugacidad de un tiempo que se repite en una cadena de
cambiamientos de nunca acabarse, ni siquiera como sueño o aspiración; porque en
la naturaleza todo es movimiento impulsado por la fraccionalidad de la luz que
refulge en destellos simultáneos de una
constante transformación, siempre en escalada evolutiva, porque el siguiente
momento es mejor que el que se acaba de experimentar en esa sucesión de luces
con sus múltiples matices y colores de ser y no ser de la tridimensionalidad de
un espacio, lugar y tiempo determinados. Y es mejor el siguiente momento,
porque el regodearse en el que acaba de sentirse y experimentarse es estancarse
en esa misma sucesión de momentos de lo que ya es la misma naturaleza en su
constante transformación metamórfica, que muta y transforma en una
autotransformación sin forma fija, ya que desde esa misma surge otra nueva, y
otra nueva en las muchas que se experimentan, como experiencia de una total y
absoluta apertura que llevan a enriquecer como ya es rica de por sí la misma
naturaleza.
Ya lo dice y reconoce el mismo van Gogh en algunas de sus cartas, que no
es la abstracción o el separarse de la naturaleza lo que lleva a su comprensión
(cfr. 21 de abril de 1189; 3 de mayo de 1889). Y eso porque no somos ajenos a
la naturaleza, sino su evolución constante en la perfección todavía no acabada;
ya que somos, igualmente, la naturaleza misma en grados superiores de perfecta
y perfectible evolución, que es y todavía no es, ya que no acaba ni acabará el
paso que viene en escalada maravillosa de una eterna evolución, tanto física de
la que es en su esencia la naturaleza, y nosotros mismos por ser ella en su
perfecta manifestación; como emocionalmente, al comprender por fracciones de
momentos esa maravillosa revelación, que es de por si espontánea e implícita,
porque es perfecta la estrecha conexión que existe en la misma naturaleza, y de
la que el hombre jamás podrá independizarse, ya que sería traicionarse a sí
mismo, al pretender absurdamente alejarse o separarse de lo que es su origen,
meta y vida, y lo que explica su razón de ser.
Esa misma verdad lleva a comprender en el nuevo redescubrir el
significado de la muerte, como resultado natural de su perfecta evolución
natural; pero que pasaría a ser una nueva comprensión de esa tridimensionalidad
del espacio, lugar y tiempo en una nueva fase o ángulo de la misma realidad,
ahora en perspectiva o en ángulo distinto de ese mismo misterio de la
temporalidad. Pero que por no ser todavía, sino que será en la aparición de ese
presente, y por no saber sus sensaciones, porque serán esas impresiones de
entonces, no nos queda permitido, sino solo referirla, pero sin hacer, por eso
mismo un adelanto de otro cambio de circunstancias de la misma realidad que
evoluciona y se perfecciona en su escalada ascendente en consonancia con la
misma naturaleza, que es eterno movimiento.
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