martes, 15 de marzo de 2016

Ana Maria, Porfiria y van Gogh: capitulo 19

 (19)       


“No conozco mejor definición de la palabra arte que ésta: "El arte es el hombre agregado a la naturaleza, la realidad, la verdad, pero con un significado, con una concepción, con un carácter, que el artista hace resaltar, y a los cuales da expresión, "que redime" que desenreda, libera, ilumina. Un cuadro de Mauve o de Maris o de Israels dice más y habla más claramente que la misma naturaleza” (cfr. Cartas a Théo, Wasmes, Junio de 1879).
Palabras profundas que trascienden el momento inmediato en la cotidianidad, sin duda. Tal vez, por eso mismo y por otras muchas razones y motivos es que una persona es sensible a cada momento que le toca vivir-existiendo. Se trata de esa misma tridimensionalidad de cada instante, distante del anterior y del siguiente momento. Tal vez, por eso y por otra sin razones más es que el poeta en cualquiera de sus dimensiones (como el pintor, por ejemplo) capta lo que sólo puede captar a través de sus sensores hipersensibles a cada cambio sutil de luces y de ángulos, y para los que el cerebro está ya programado por su misma naturaleza sensible. Tal vez, por eso es que vive entrampado en su propio mundo reprogramado cada vez, después de cada experiencia en contacto con la realidad, y que lo sigue entrampando cada vez más en una cadena sin fin en una continuidad de enlaces y trabazones que lo comprometen siempre con su experiencia profunda de embelesamiento con la misma naturaleza, de la que no puede escapar ni escaparse. Todo lo contrario, es la misma naturaleza que lo subyuga y lo somete, para que sea su intérprete.
En el caso del pintor, en la sorprendente experiencia de buscar plasmar en sus colores la luminosidad que sus ojos y cerebro captan y asimilan, y que sus manos en fina y misteriosa conexión nerviosa y muscular llevan en la escogencia de este o cualquier otro matiz en el trazo dado, o por dar, y que se expresa en la tela o en el lienzo; para quedar, igualmente insatisfecho porque pueda que se sienta que la escogencia de los colores no han transmitido fielmente la idea de la sensación sentida y experimentada en lo más hondo de su ser sensible.
Habrá de ser, entonces, una eterna lucha. Y, más aún, una eterna vida de vigilia para no quererse perder del momento mágico, que habrá de ser en esa fuerza centrífuga que atrae y repela, al mismo tiempo, del encuentro y del hallazgo en perfecta simultaneidad de dos momentos de una misma sensación; que son, precisamente, la atracción hacia dentro y el empuje en el rechazo de una doble fuerza cósmica que lleva a la interiorización, pero que, igualmente empujan hacia fuera para buscar exteriorizar esa riqueza de lo experimentado.
Sin duda, que podría ser una fuerza toda ella llena de sensaciones múltiples; pero, en esa misma tridimensionalidad del espacio y lugar en un tiempo concreto, que doblegan a la experiencia de la finitud de la que es en su total aplicación la naturaleza misma, de la que es un sutil partícipe el poeta, en cualquiera de sus varias facetas, y del que en vez de ser su dominador, y aunque lo sea al tratar de comprenderla en su esencia, no sea más que un esclavo que no puede soltar ni su amarra ni sus cadenas que lo comprometen más y más en la dependencia de esa conexión mortalmente enfermiza y liberadora, en una doble sensación de libertad y de esclavitud que lo liberan y que lo atan, sin comprenderlo en su total riqueza ni mucho menos en su absoluta miseria; porque uno u otro fuese, ciertamente un precioso encuentro, si fuese, igualmente ya el puerto o el destino de llegada, que no exigiese más el seguir en la necesidad de continuar y parar ya la marcha. Pero no es tan fácil.
Por eso era, más bien, Vincent van Gogh. Tal vez, por eso mismo su grandeza y su originalidad, a pesar de locura, y con ello, con porfiria o sin ella…
Tal vez, por eso y por otras mismas razones, más sublimes o tal vez menos, es que el mismo pintor, a pesar de todo eso, o por ese mismo pesar, es que le llevaran a expresar de manera profunda y sentida que "tratar de comprender lo que los grandes maestros nos dicen en sus grandes obras, eso nos conduce a Dios. Un hombre puede leer en los libros, otros en un cuadro" (Cartas a Théo, Cuesmes, Septiembre 1880). Pues, quien ame a Rembrandt y ahonde en la Revolución Francesa, ya “no será incrédulo”, pues “verá que en las grandes cosas hay también una potencia soberana que se manifiesta” (cfr. Cartas a Théo, Julio de 1880); pues encontrará en Rembrandt trozos de Evangelio, como en el Evangelio trozos de Rembrandt, como igualmente dijera el pintor (en alguna otra parte de ese mismo epistolario a Théo); no tanto porque el Evangelio copiara a Rembrandt, pues es mucho antes que él, sino porque en asuntos de manifestación y experiencia profunda experimentada en fraccionalidades de segundos refulgentes, los sensores cerebrales están siempre en sintonía para captar y asimilar las mismas vibraciones de la naturaleza de las que el Evangelio ha de ser por antonomasia, al ser nada más y nada menos que la interpretación máxima de la naturaleza al contener la vida y el mensaje del ser perfecto de la humanidad al juntarse y asumirse en una misma realidad natural Dios y el hombre, al mismo tiempo, sin separación de espacio, lugar y tiempo en la única e irrepetible temporalidad de la plenitud de la tridimensionalidad; y con ello ser ese mismo instante o momento histórico, no repetible porque dos momentos no se retroceden, sino en constante secuencia evolutiva, ser, entonces, ese momento único, como todos ya lo son. Ya se dijera de manera compendiada el mismo evangelio, para procurar precisar ese instante, en la expresión que ese momento se dio “al llegar la plenitud de los tiempos”.
Precisamente, porque en el arte se logra y se experimenta de manera sublime las profundas manifestaciones de la hipersensibilidad del humano que capta en dimensiones de colores la múltiples fraccionalidades de espacio, tiempo y lugar de un momento específico, muy particular en sí, y en nada parecido a cualquier otro momento, tan solo en la temporalidad de una circunstancia, y que como circunstancia es ya en esencia un eterno cambio, sin jamás detenerse, porque ni la naturaleza, ni la vida, dan segundas oportunidades, sino en la eternidad de un constante presente que fluye en esa misma tridimensionalidad. Y la pintura es arte, como es todo arte, el contenido y la experiencia vivida desde la impresión y el sello de la fe, en un hecho histórico, toda la manera de transmitirse el mensaje del Evangelio, ya que en parábolas o en otras figuras literarias se comunica al hombre la profunda vibración del eterno cambio que experimenta el hombre, y del que es aplicación la primera de todas las bienaventuranza, cuando nos habla de que “bienaventurados son los pobres de espíritu”; precisamente, porque está en la experiencia de la captación de la variabilidad constante de cada momento en su riqueza de instantaneidades, que hacen que un mismo instante sea ricamente tridimensional, porque todo es profundamente un total cambiamiento de manera eterna.
Entonces, es en los cuadros de van Gogh, pero acompañados en la lectura del epistolario recogido a su hermano, es donde se comprenden la grandeza y la profundidad de su genio en la búsqueda de la interpretación de la naturaleza, que trascienden su espacio y lugar en la variabilidad cambiante de su tiempo; y en donde, tal vez porfiria y locura fuesen una misma realidad; o una fuese la causa y el origen… Tal vez… Tal vez…
Todo eso mismo obliga el querer volver a sus cuadros y pinturas para encontrar en la fugacidad de sus tiempos determinados y precisos de sus circunstancias, la ansiedad que experimentase el pintor en los colores que plasmaba en la tela con la que él mismo se trascendía al dar el siguiente paso de eso que decía, pero que no cerraba en su diálogo interminable de su búsqueda y encuentro en la misma realidad. Hasta se podría decir, tal vez, que su locura sería una búsqueda encontrada para relativizar su propia experiencia, y llevarle a la sed de la misma búsqueda encontrada y no encontrada, sobre todo en sus cuarenta y tres autoretratos que pudiesen ser la constante de ese hallazgo y experiencia de un Dios que se esconde y se deja encontrar como es la auténtica experiencia de su amor nunca encontrado.
Tal vez… Tal vez…
De ahí a admirar a los japoneses y su arte, quienes estudian solo un tema específico, como la brizna, por ejemplo, ya que la “brizna de hierba lo lleva a dibujar todas las plantas; luego las estaciones, los grandes aspectos del paisaje, en fin, los animales, después la figura humana… Es algo que jamás aburre, ni parece nunca hecho a la ligera. Su trabajo es tan simple como respirar y hacen una figura con algunos trazos seguros, con la misma facilidad, como si fuera tan sencillo como abotonarse el chaleco” (cfr. casi al final de la carta del 17 de septiembre de 1888). Todo ello, tal vez, para insistir e insistir en la misma idea de que “si nos perfeccionamos en una sola cosa y la comprendemos bien, adquirimos por añadidura la comprensión y el conocimiento de muchas cosas” (cfr. Ámsterdam, 3 de abril de 1878).
Esto nos obliga a volver a la constante referencia de los autoretratos de van Gogh, para contemplar las diferencias sutiles de uno y otro, pero que amalgaman y encierran en una misma línea sus sensaciones y percepciones tan sutiles, como diferentes fuesen los momentos distintos de su propia creación, a pesar de ser repetitivo el motivo y la motivación. Pero, nada más lejos de su verdadera comprensión, y que en caso de que esa fuese la reacción instintiva del espectador de su obra; entonces, no estaría comprendiéndose la importancia de lo relativo de la tridimensionalidad de un espacio, tiempo y lugar. Hasta esta misma repetición de esas ideas y palabras, parecieran una repetición innecesaria, como tal vez, innecesario o injustificado que el pintor volviese sobre la misma idea en cuarenta y tres cuadros, en sus cuarenta y tres autoretratos. Pero, eso mismo, tal vez, exige la comprensión de esa tridimensionalidad ya plasmada para distinguir colores de colores, como de situaciones y circunstancias tan cambiantes unas de otras, en la fraccionalidad de un momento, que es tan único y diferente de todos los otros, y entre todos tan distintos de todos-todos los que se presenten, en cadenas repetitivas de una misma realidad.
Cosa de locos, ciertamente.
Porque, hasta se podría de entrada pensar que no hay diferencias entre el cuadro de su obra titulada “autorretratro con oreja vendada y pipa”, por ejemplo, y el cuadro “autorretrato con oreja vendada”, obras que pintara van Gogh después de la famosa mutilación o automutilación de la oreja, porque, por fin no se sabe con exactitud si él mismo se la cortó, o se la cortaron.  La diferencia entre estos cuadros, por ejemplo, podría ser la pipa. O en sus obras tituladas “autorretrato con pipa”, en las que cambia de ángulo y posición. Ya en esos ejemplos se plasma el cambio de colores, de ánimos y de enfoques, y con ello se relativiza la profundización y hasta la misma interiorización que pudiese tener el pintor en cada momento de sus momentos específicos y concretos.
Eso mismo se aplica a toda las realidades, y es lo que hemos dado la clasificación de tridimensionalidad de un espacio, lugar y tiempo en las fraccionalidades de segundos de un momento o de un instante, que lo hacen único e irrepetible, y tan distinto de cualquier otro momento, porque cambian las gamas de colores influenciados o impulsados por la diversidad de ángulos en perspectivas de futuro eterno en un presente que nunca deja de ser eterno presente. No se puede dejar pasar el momento. De lo contrario, se nos van pedazos de presentes no vividos, y se suman en un pasado que no vuelve, sino en nostalgia enfermiza que des-sincronizan del hoy y ahora, que es lo que cuenta.
Exige vivir-existiendo, y a pleno pulmón y conciencia.
Todo eso se aplica a esta misma obra que desde un comienzo no es mas que una aplicación de esas mismas ideas, como en el caso del que necesitaba los donantes que todo dependía de visiones y de ángulos, ya que ese solo hecho refrescaba y aplicaba esa tridimensionalidad de un espacio, lugar y tiempo; ya que para el pobre hombre, no era tan sencillo como de ausencia de donantes, sino la inminencia y el recordatorio de su sentencia de muerte, que podría estar más distante si ese mismo día le hubiesen hecho la transfusión que necesitaba, cosa que pudiese haber dado por segura y cierta si todo hubiese transcurrido en el caso de que hubiese cubierto su deuda con el banco de sangre del hospital; pero, volvía a cambiar de matices de colores en sus inmensas gamas en fracciones de segundos y en secuencias de momentos, unos tras otros en cadenas sin fin, al verse en la exigencia que la enfermera le hacía; y, entonces, la enfermera en fracciones de fracciones de momentos, pasaría en su percepción a ser amistosa, menos amistosa y hasta cruel al punto de ser la negación de la vida por la que iba el hombre al hospital, y todo ello, en límites imperceptibles de ráfagas de luces en colores, registrados en emociones por el sello machacante de parpadeos instintivos, pero percibidos por el cerebro, para hacer más que relativa la experiencia metamórfica de cambiamientos repentinos de emociones y experiencias de una misma realidad.
Cosa de locos, ciertamente.
Entonces, parecería que el ángulo de emociones dependiese de sus propias situaciones. Y ya no era del que le faltaba los donantes de lo que se iría a tratar, como tampoco de la enfermera, aunque de ellos igualmente se hablara. Y en esos ángulos ya giró un poco la tridimensionalidad de un espacio, de un lugar y de un tiempo, cambiando los momentos en sucesión de momentos en una ráfaga casi imperceptible, tanto para los sujetos que estaban viviendo esas situaciones, como para el lector que en esos momentos se hallaba igualmente girando y tornándose en la multiplicidad de los colores de una misma realidad.
En el siguiente instante hay un cambio. Parecería que se iría a hablar y a tratar de la injusticia de una situación. Pero tampoco fue así, aunque no se niega que algo de eso se experimentara y en algo esa misma sensación. Volvía a cambiar en un instante una misma realidad, cambiando de dimensión, y que se ha llamado tridimensionalidad cambiante, como cambia un instante uno de otro. O como se esperase que se hablara de la señora que tomó la botella se suero para su hija. Pero, tampoco. Y en otro instante se colocó a la muchacha con la sonrisa, y un cambio y un giro pudiese experimentarse en ese mismo cambio de momentos y de instantaneidades. Al siguiente espacio, apareció porfiria; y se pensó que se hablaría de ella. Pero sólo se le ha nombrado. Y no se dejará de sentir necesidad en este relato de saber en qué consiste y de alguna información. Pero, tampoco. Y ya ha habido en pocos instantes un sinfín de colores y sensaciones que han cambiado, precisamente, porque todo depende de la tridimensionalidad de un espacio, lugar y tiempo de una misma circunstancia.
Entonces, no era de porfiria que se iría a hablar.
Se podría pensar, por defecto, que la cosa iba a ser sobre la muchacha en relación a la porfiria. Y ahí hubo un cambio de inmediato de una misma realidad.
Sería, entonces, de la sonrisa de la muchacha en relación a su enfermedad, en caso de que ese fuese el tema… Y otro cambio se sucede en una instantaneidad y de gamas de colores…
Enseguida se aborda el tema del pintor, por otra parte. Se relaciona con la porfiria y se la diferencia de la locura y demencia; aunque, también se la determina en esa misma relación. Y, entonces, en grandes profundidades nos veíamos inmersos en un parpadeo de instantaneidades en esa profundidad de la maravilla de la tridimensionalidad… con el pretexto de la muchacha y su sonrisa, de la enfermera o del hombre al que le faltaban los donantes, del señor con quien conversaba la muchacha, de la enfermedad llamada porfiria, o de Vincent van Gogh, quien también tenía porfiria, y ella en relación con la muchacha y el pintor, en cambios de escenarios o de enfoques de un pretexto como excusa, con o sin relación con nada y ninguno de ellos, hemos dado un giro constante; y todavía lo estamos y estaremos dando, porque no se trata de ninguno, ni de nada en particular, ni por separado, ni en relación; sino de un soporte para hablar del cambio tridimensional que tienen las cosas en un mismo lugar, espacio y tiempo, para relativizar, precisamente la instantaneidad de las circunstancias, que son cambiantes como cambian las percepciones sensoriales de una misma realidad. Así de sencillo y sin complicaciones.
Y llegamos a donde llegamos, en un permanente cambio de sensaciones de una misma realidad.
A este punto, cuál es el tema…
Ya se ha dicho…. La tridimensionalidad de un lugar, espacio y tiempo de una misma circunstancia… repetido como los autorretratos del pintor… que buscaban y encontraban, pero que tenían y tienen que seguir buscando para comprender que es la luz con sus ricos e interminables matices, en sus múltiples sin fin de gamas de una luz que no se deja agarrar, sino por fracciones de sensaciones que solo el cerebro sabe percibir, pero que al momento de comunicar esa misma emoción, ya esa misma emoción se ha mutado como en una sorprendente metamorfosis de nunca acabarse; porque el momento es y no es, al mismo tiempo, al no dejarse encapsular ni atrapar sino por instantaneidades emocionales y de emociones mutantes, en las que no hay ni formas ni sensaciones conocidas, sino por conocer en intervalos de parpadeos sensoriales registrados misteriosamente en el archivo de la mente emotiva; y eso mismo, es la misma experiencia de Dios, el nunca acabado ni encapsulado ni encapsulable, el que se acerca y se aleja al mismo tiempo en refulgentes y destellantes fraccionalidades de instantaneidades.
Entonces, en esa misma experiencia vivida y vivenciada en forma de torrente que no termina, o de fuente que nunca se agota, es en la que el pintor van Gogh expresa que “alguien, para citar un ejemplo, amará a Rembrandt,  pero seriamente, sabrá que hay un Dios y creerá en él. Alguien ahondará en la historia de la Revolución Francesa; no será incrédulo, verá que en las grandes cosas hay también una potencia soberana que se manifiesta… Trata de comprender la última palabra de lo que dicen en las obras de arte los grandes artistas, los maestros serios, y verás a Dios allí dentro. Alguien lo ha escrito o dicho en un libro y alguien en un cuadro” (cfr. julio de 1880). Porque, “estoy siempre inclinado a creer que el mejor medio para conocer a Dios es amarlo mucho” (cfr. en la misma carta de julio de 1880, dos o tres párrafos anteriores). En esa experiencia inacabada de encuentro y de hallazgo, en donde juega un papel muy importante la comprensión de esa repetida idea de la tridimensionalidad del espacio, lugar y tiempo que se sucede en fraccionalidades de instantaneidades fugaces y parpadeantes como la misma experiencia de la luz, que nunca es la misma en la gama de sus infinitas sub-gamas de colores, distintos entre sí, como fruto de sus interminables mezclas y de sus interminables y nunca a punto de acabarse luminosidades que sorprenden, hechizan y embelesan, para liberar y esclavizar al mismo tiempo, y que en expresión verbal del mismo pintor, ya se ha dicho cuando se dijo que “el arte es el hombre agregado a la naturaleza, la realidad, la verdad, pero con un significado, con una concepción, con un carácter, que el artista hace resaltar, y a los cuales da expresión, "que redime" que desenreda, libera, ilumina”; pero, que también crea dependencia,  porque es la misma naturaleza su fuente, su fin, su objetivo, su metamorfosis y su misma transformación de la que nunca podrá, ni quiere aunque lo desee ardientemente y de manera visceralmente desgarradora, ya que a ella tenderá por su misma sed y hambre de ella. Y eso mismo es la auténtica experiencia de Dios, como experiencia auténtica, que es sentida y percibida, pero que es fugaz como la luz, siendo Dios esa misma luz como experiencia.
Experiencia mística, desde la misma finitud y transformación metamórfica que llevan a la naturaleza, creando fidelidad a ella y dependencia de ella, y de la que nunca se podría separar, porque sería la negación misma de esa experiencia relacional de constante ligazón y separación simultánea… Pero, experiencia de una dependencia física y emocional absoluta de la materia…
Nada más lejos de la auténtica comprensión del misterio, o por lo menos de intento de comprender ese misterio como la verdad de las verdades, que no sea que el mismo y único e incondicional acercamiento del hombre a la naturaleza, para entenderse y comprenderse a sí mismo. Toda pretensión de separarse de ella, ya por principios o por ideología, así sean religiosas, sería una negación confirmada de una grande equivocación; ya que es en ella donde el hombre se encuentra, al encontrarse en ella como respuesta a su eterna hambre de sentido a su perenne sinrazón, que es y no es al mismo tiempo, como lo es de por sí la fugacidad de un tiempo que se repite en una cadena de cambiamientos de nunca acabarse, ni siquiera como sueño o aspiración; porque en la naturaleza todo es movimiento impulsado por la fraccionalidad de la luz que refulge en destellos  simultáneos de una constante transformación, siempre en escalada evolutiva, porque el siguiente momento es mejor que el que se acaba de experimentar en esa sucesión de luces con sus múltiples matices y colores de ser y no ser de la tridimensionalidad de un espacio, lugar y tiempo determinados. Y es mejor el siguiente momento, porque el regodearse en el que acaba de sentirse y experimentarse es estancarse en esa misma sucesión de momentos de lo que ya es la misma naturaleza en su constante transformación metamórfica, que muta y transforma en una autotransformación sin forma fija, ya que desde esa misma surge otra nueva, y otra nueva en las muchas que se experimentan, como experiencia de una total y absoluta apertura que llevan a enriquecer como ya es rica de por sí la misma naturaleza.
Ya lo dice y reconoce el mismo van Gogh en algunas de sus cartas, que no es la abstracción o el separarse de la naturaleza lo que lleva a su comprensión (cfr. 21 de abril de 1189; 3 de mayo de 1889). Y eso porque no somos ajenos a la naturaleza, sino su evolución constante en la perfección todavía no acabada; ya que somos, igualmente, la naturaleza misma en grados superiores de perfecta y perfectible evolución, que es y todavía no es, ya que no acaba ni acabará el paso que viene en escalada maravillosa de una eterna evolución, tanto física de la que es en su esencia la naturaleza, y nosotros mismos por ser ella en su perfecta manifestación; como emocionalmente, al comprender por fracciones de momentos esa maravillosa revelación, que es de por si espontánea e implícita, porque es perfecta la estrecha conexión que existe en la misma naturaleza, y de la que el hombre jamás podrá independizarse, ya que sería traicionarse a sí mismo, al pretender absurdamente alejarse o separarse de lo que es su origen, meta y vida, y lo que explica su razón de ser.
Esa misma verdad lleva a comprender en el nuevo redescubrir el significado de la muerte, como resultado natural de su perfecta evolución natural; pero que pasaría a ser una nueva comprensión de esa tridimensionalidad del espacio, lugar y tiempo en una nueva fase o ángulo de la misma realidad, ahora en perspectiva o en ángulo distinto de ese mismo misterio de la temporalidad. Pero que por no ser todavía, sino que será en la aparición de ese presente, y por no saber sus sensaciones, porque serán esas impresiones de entonces, no nos queda permitido, sino solo referirla, pero sin hacer, por eso mismo un adelanto de otro cambio de circunstancias de la misma realidad que evoluciona y se perfecciona en su escalada ascendente en consonancia con la misma naturaleza, que es eterno movimiento.

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