martes, 15 de marzo de 2016

Ana Maria, Porfiria y van Gogh: capitulo 12

                (12)       


Había sonado uno de los celulares anunciado una llamada entrante.
-- ¡Aló! – se oyó en tono grueso en la atención de la llamada. Atendía el teléfono el señor.
En ese momento, la enfermera y la muchacha estaban hablando del peinado y de la asistencia semanal a la peluquería, por parte de la enfermera. En cierta manera ella se estaba justificando, y se llevaba las dos manos a la parte de la nuca, para acompañar con ese gesto un poco reacio indicando que tenía el cabello sucio, y que no había tenido tiempo para lavárselo. Tal vez, eso mismo estaría indicando que estaba entrando en un estado de dejadez y de descuido, que se recriminaba en el gesto de las manos en el cabello, y del que no quería tener conciencia de lo que estaba pasando.
Las dos mujeres conversaban a sus anchas del pelo y de sus cuidados. Hablaban de cómo plancharlo y de la marca de una máquina especial que hacía más fácil y rápido ese trabajo de rutina. Era la muchacha quien llevaba la batuta en esa conversación. El señor, no hacía más que mirarlas en su tertulia, antes de que sonara el teléfono.
-- Tengo que ir todos los sábados a que me jalen el cabello – apuntó en su oportunidad la enfermera.
-- Esa es otra cosa – volvió a acuñar su queja la enfermera – que tiene que sufrir uno como mujer para estar bonita y la quieran… ¡No, manita!…-- a la vez que acompañaba ese comentario con una carcajada entre burlona y  algo de resignación. Parecería que fuese una protesta y una rebeldía camuflada de aceptación de su realidad femenina. Tal vez, sería una protesta…
El señor atendió la llamada. Después de hablar menos de diez o quince segundos en sus respuestas afirmativas y confirmativas a su interlocutor, cerró su celular y lo volvió al bolsillo derecho de su pantalón.
-- Eso es otra cosa --- la enfermera se adelantó a cualquier otra intervención – una tiene que mantenerlos y tenerles la comida a la hora, y la ropa limpiecita… Ellos no hacen nada… Son los reyes… Una es una sirvienta y esclava… Tengo que llegar a hacerles el almuerzo… Ellos no… Ellos llegan y tienen todo servidito…
Era un cúmulo de cosas represadas en la enfermera. Tal vez estaría respirando por la herida, o quizás, cada cosa le ahondaba más la herida y se la hacía mayor en su cúmulo de circunstancias… Entonces empezó a contar su situación.
La muchacha la miraba. También el señor. De vez en cuando la muchacha y el señor se miraban y reían ante alguna ocurrencia oportuna de la enfermera, que relataba su situación sin tragedia y si con mucho de humor y espontaneidad. No podía faltar mucha jocosidad en su relato.

-- Y, ¿cómo va a tener sexo, uno así? – preguntó la enfermera en su historia, sin buscar que nadie le respondiera, sino como justificando en voz alta su escasez de apetito marital. Había en sus gestos un dejo de molestia consigo misma, pero su manera de contar su historia era fascinante y divertida, y ella misma lo disfrutaba con sus propias maneras femeninas de moverse en el transcurso de su desahogo fluido y natural. Todo parecía indicar que era más bien divertida su situación. Tal vez no lo sería…

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